sábado, 25 de septiembre de 2010

Sobre matar o morir.

Caminaba buscándola dejando pasar cientos de personas irrepetibles pero poco importantes. Repetía para si una y otra vez esa frase, ya dogmática, con más sentido a cada paso que daba “voy a matarte, voy a matarte”. Visualizaba su rostro, su piel oscura, sus ojos negros, su melena azabache, solo deseaba teñirla de rojo sangre.
El día terminaba cayendo el Sol, dejando como única testigo de aquella noche a la blanca Luna llena.
Un callejón tras otro, una puta de maquillaje corrido tras otra, dejándolas atrás con su “guapo, son cuarenta”
El miraba hacia delante, buscando la pista, su aroma su aura en la noche…Coche…Policía. Borrachos en las calles, tirón de bolso y violaciones esporádicas.
¡¡Dónde estás?!! Se vio gritando en mitad de la gris carretera. Sus venas se hinchaban de instinto asesino. En una mano una carta en la otra el arma blanca a convertir en sangre.
¡¡¿Dónde estás?!! Los suburbios de la ciudad pasan junto a él, las bolsas de basura amontonadas a cada lado del asfalto, gritos, discusiones de ventana, rata, un charco de cerveza mojando en el suelo a un alma dormida, o quizá muerta, el cartel de “Buen Viaje” al final de Ciudad.
“Es la noche, la noche de tu muerte, zorra”
Pasan los minutos, en su mente una muerte encarnizada se repetía una y otra vez.
Por un momento de despistó, se dio cuenta de que caminaba sin rumbo fijo, sin saber siquiera donde estaba ella, solo obcecado por terminar con aquello que había destruido su vida, Ella.
Miró hacia atrás, paró y al ver Ciudad, decidió respirar el aire fuera de esa ciénaga de la que se había alimentado toda su vida.
Nervioso, pasaba sus yemas por el filo del cuchillo escuchando el sonido de la piel contra el metal, parándose a reflexionar, a pensar como encontrarla en mitad de la nada. Miró el cielo estrellado que durante años la luz de Ciudad no le había dejado observar. Ahí estaba Orión, con su presa en la mano y el cuchillo en la otra y se vio a si mismo.
De repente el viento trajo una risa que le sacó de sus imaginarios deseos.
“estoy aquí.  ¿me buscas o soy yo quien te ha encontrado?
Era ella, burlándose una vez más.
Miró alrededor, no la veía, solo pudo divisar un bosque brumoso, gris, casi negro, llamaba la atención por ser un agujero en la noche. “Está ahí” – pensó “Tienes que estar ahí”.
Cogió aire, se miró las manos, con las ansias de matarla no se dio cuenta de que su arma le había cortado la piel de los dedos. La carta ensangrentada apenas podía leerse, tan solo la última frase, de su propio puño y letra:
- “ Hoy, tristeza, voy a terminar contigo” –

Se adentró en el bosque y sobre una roca estaba ella, sentada, con su túnica negra, su sonrisa tantas veces odiada.
-“volvamos a casa” –dijo.
-“No” se oyó a el mismo decir. “esta vez no”

Saltó sobre ella cuchillo en mano. La sangre reflejaba la sonrisa de la Luna y los ojos de él, llorando de alegría, por terminar con su pesadilla.
La túnica agujereada dejaba ver como de sus heridas brotaban recuerdos de vida, de muerte, lágrimas, rupturas, deseos incumplidos. Esa noche, su tristeza moría hasta desaparecer su cuerpo en la roca. El acabó acuchillando la piedra sonriendo, ella había desaparecido por fin. Exhausto, cayó dormido sobre la hierba.

Y al amanecer una voz: “despierta, es un nuevo día, es tu primer día”.

Una mujer desnuda, de tez tan clara como sus ojos y pelo le daba la bienvenida a una nueva vida.




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