martes, 16 de noviembre de 2010

Una voz ronca IV



La maquina a la que su cuerpo inerte estaba conectada seguía componiendo una música monótona y grotesca. En su aburrida mente, siempre despierta, los ecos de los pitidos eran gritos de dolor, gritos de ayuda, de un ser consciente que no puede salir de su encierro carnal.
Esa mañana, una enfermera se llevó su cascarón a una nueva prueba de escáner, esos picos de actividad resultaban ser sospechosos.
Si bien el pitido de la maquina ECG de la habitación, era desagradable, el ruido de la máquina de escáner se tornaba tortuoso.  Era como posar la cabeza junto a un yunque en una herrería medieval. Tras más o menos un minuto,  entre los martillazos tecnológicos, creía oír un susurro...  “cla..cla... cla...cla...levanta....cla...cla....”
La única persona con la que podía comunicarse. La única que parecía haberla ayudado a lo largo de su vida, le daba órdenes con su voz ronca ...levanta... A rastras salió del túnel, con su camisón blanco que aún tenía manchas de sangre, cosa curiosa, pues su cuerpo inconsciente dentro del escáner  tenía la ropa blanca.
Esta vez tampoco llegó a ver al hombre de la voz, estaba en un rincón oscuro dentro de la habitación, pero delante de él se encontraba el sobre, en el suelo.
Destello.

Dentro de una gran ciudad, el mundo gira a otra velocidad, culebras de luz blanca y roja reptan por las calles. El día deja paso a la luz, y la luz al día.

Aunque en los callejones nunca hay luz y nunca hay día.
Y allí estaba, en pie, mirando la negrura sin fondo de ese callejón que aún no había olvidado.
Recordaba perfectamente los vapores que salían de las alcantarillas, las ratas correteando por los rincones, los charcos que salían de los cubos de basura y la puerta trasera y roja de un pub por la que hace diez años salió a empujones.
Se la doblaron las rodillas por culpa del recuerdo, sus manos temblaban y su mente volvió a gritar visualizando aquella noche de sufrimiento. Aquella noche en la que fue violada por dos borrachos.
La puerta roja se abrió con un estruendo y ella se escondió rodando detrás de un contenedor, entre cartones, restos de comida y escombros.
Desde allí se vio a si misma cayendo al suelo húmedo, recibiendo patadas en las costillas. Era ella misma hace diez años siendo violada de nuevo.
Uno de los dos hombres se agachó hacia ella mientras el que quedaba de pie se bajaba la cremallera de los pantalones. Mientras su cara era aplastada en el suelo con una mano sudorosa notaba como otra mano se  deslizaba bajo su falda y le arrancaba las bragas.
Mil veces había recordado aquel momento, el sudor, la sangre, el aliento alcoholizado de dos sombras masculinas,  los golpes, la indefensión... Pero ahora tenía que verlo como una tercera persona, revivirlo como una primera.
Mientras uno de los violadores, de rodillas, agarraba su pelo y  le forzaba a abrir su boca el otro agarraba la poca ropa que le quedaba puesta, rota y sucia mientras destrozaba su vida desde atrás.
Desde la sombra que le proporcionaba el contenedor entre terror y lloros buscó con su mano algo que pudiese utilizar de arma. Encontró entre los escombros una tubería oxidada, respiró profundamente tres veces antes de salir corriendo hacia sus atacantes. Desde atrás y con un golpe en la cabeza derribó al que se encontraba de rodillas, la sangre salpicó su cara, caliente, pero tan reconfortante.
El que quedaba, tumbado sobre su víctima, dio un grito antes de recibir otro golpe en la clavícula... cayó rodando sobre el cuerpo inmóvil hasta quedar boca arriba retorciéndose de dolor,  la tubería se le clavó en el estómago, la sangre que escupía resbalaba por su cara, hasta que dejó de temblar.
Dos cadáveres, y dos mujeres ensangrentadas que en realidad era solo una... charcos de sangre y de la oscuridad de un callejón, el destello de luz.

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