jueves, 6 de enero de 2011

Sobre los motivos por los que viajar.


Conocer esas imágenes que solo ves en documentales, rellenar el disco duro con miles de fotografías que te hacen recordar cada momento, sentirte útil en más de una ocasión por tender la mano a un necesitado en los países más pobres del mundo, conocer a otros viajeros y que te cuenten sus experiencias... Hay miles de razones por las que cada uno puede decidir atarse fuerte las botas y largarse a la aventura. He de decir, que todas ellas son las que me enamoraron en mis aún escasos viajes y las que me llaman con más asiduidad de nuevo para tirarme al barro.  Pero además de todas estas razones, existe una  que más me grita desde lejos. La posibilidad de conocer gente que vive, sufre, ríe, sobrevive, ama y muere a miles de kilómetros de aquí, en culturas que jamás podemos concebir en esta sociedad de consumo, en la que precisamente en estas fechas, me siento menos cómodo.
En todas mis visitas a países lejanos he tenido más o menos relación con personas a las que no voy a olvidar, porque me han contado pesares que no quisiera yo para mis seres queridos, y me lo han contado con una sonrisa en la cara, como el que cuenta que se ha golpeado el meñique con la mesita al levantarse por la mañana. Al mirar a los ojos a estas personas, mientras te cuentan cosas como, yo no tengo dinero para comer, he sentido siempre una extraña sensación. Ellos son conscientes de que de esa situación no van a salir, porque no existe una oportunidad, o bien, porque tienen que huir del país en una balsa de neumáticos arriesgando su vida o perdiendo a su familia, porque han nacido en una familia que jamás va a poder mirar el futuro con ilusión pues, donde han nacido, van a morir debido a leyes ancestrales, o porque el dinero que le dan los turistas desde su ventajosa posición solo le va a dar para comprar carbón para quemar en las frías noches del desierto.  Y la sensación que me invade al ver los ojos tristes pero una sonrisa en la boca mientras cuentan penurias es la que me ha hecho adicto a recorrer el mundo. Personas que por haber nacido en un territorio delimitado por líneas imaginarias de un mapa no tiene una oportunidad, una esperanza, pero viven con lo mínimo y les es más que suficiente.

Este es Subhas. Le conocí en el lugar que más me ha gustado del mundo: Varanasi. El trabajaba en el hotel en el que me hospedé, si a eso se le puede llamar hotel. Es un chico para todo. Quiso subir las mochilas a la habitación, aunque prefería hacerlo yo, básicamente, porque pesaban y le saco dos cabezas. A él se le podía pedir una botella de agua a cualquier hora del día, intentaría conseguirte una que no estuviese rellenada del grifo, aunque no siempre lo conseguía. Te podía preparar un sándwich a altas horas de la noche, a pesar de intentar convencerle de que no era necesario. Te llevaba y te traía en barca por el Ganges, a 40 grados, a las 7 de la mañana, explicándote cada gath entre cuerpos incinerandose, cada puente y cada costumbre hindú. Sin duda, cuando vuelva a Varanasi, quiero buscarle y que vuelva a acompañarme por los callejones de la ciudad más sagrada de India.





Sonnu, sin duda, es una persona a la que es imposible no cogerle cariño. Conducía por las calles de Jaipur un rickshaw en cuya parte trasera podía leerse su lema personal: “Love is life”
En su guantera tenía un libro de visitas ajado y maltratado en el que varios turistas le agradecían la experiencia que supuso disfrutar de su compañía. Sonnu quiso demostrar el honor que supone que alguien que viene  de miles de kilómetros comiese en su casa, así que allí fui. El vive con sus padres y cuatro hermanos en el espacio que ocupan dos habitaciones y una cocina tan pequeña que parecía un armario. La madre cocinó la mejor comida que he probado en India y es alli donde nos explicó que el único sustento que tiene esa familia de siete personas son los dos rickshaws que poseen, con el inconveniente añadido de que el padre estaba muy enfermo y era incapaz de trabajar. Por lo que el dinero se reducía a la mitad. Para colmo, la licencia de Sonnu terminaba en unos días y tenía que dejar de ejercer su profesión ya que no podía pagar la renovación y menos, después de comprar medicinas para el padre a un precio altísimo incluso para un europeo. A pesar de todo, su familia era feliz por recibir una visita, realmente, en sus ojos se podía leer lo mismo que en la trasera del rickshaw: “Love is life”


La primera vez que vi a Umberto fue nada más llegar a Cuba, al salir por primera vez del hotel, lo primero que dijo al abrir la boca es: no quiero dinero, solo acompañarte y charlar un rato. Efectivamente, es lo que hizo. Caminando de un extremo al otro del Malecón habanero, decidió pagar de su bolsillo el que sería el mejor mojito que he probado en mi vida. Realmente, era una persona que deseaba salir de Cuba, como tantos otros, pero la posibilidad sin riesgo a morir es casi inexistente. Así que se conformaba con obtener información de la vida en Europa, ese lugar que solo conoce por lo que saca  a los turistas. A cambio, me hizo entender lo que es la vida en Cuba, eso que no explica Fidel (o Esteban como le llamaba él, por “Este Bandido”)en su propaganda panfletaria. Me hizo comprender como se puede vivir en el sur de la isla cuando cada dos años es azotada por un huracán. Me explicó lo poco que se puede hacer con los pesos cubanos que recibe del gobierno, con lo que solamente pueden comprar comida, y lo que pueden hacer con los pocos pesos convertibles que reciben del turista (en su caso, ninguno) Yo le contaba que en España hay pisos de un millón de Euros, lo cual no creo que llegase a comprender muy bien. El también me presentó a su familia, que una noche se encontraba en El Malecón compartiendo un buen ron cubano. Uno de los mejores momentos fue en el que me llevó a un Paladar a comer pechuga rellena y langosta, ¡exquisito!. Tenía con el dueño un trato, como tantos otros habaneros, tu me traes a diez clientes y yo os invito a cenar a tu mujer y a ti. Esto deja bastante claro la situación cubana. Dos días con él a cambio de algo de medicinas y los jabones del hotel.


Tengo montones de ejemplos igual de validos, pero quizá estos, son los que recuerdo con más cariño, probablemente, porque ellos me parecen buenísimas personas que viven una situación que no merecen. Y por que me alegro de haber estado allí para conocerlos, ayudarles con información que no les llega, las risas en un descanso que normalmente no tienen porque no pueden dejar de trabajar en todo el día o ayudando a pagar medicinas.
Ahora me toca afrontar un viaje de autentica aventura por diversos países de Asia, y la verdad es que estoy ansioso por volver a tratar con personas así, aprender de ellos y volver a sentir que la sociedad en la que vivo no es la que deseo.

2 comentarios:

  1. no te digo nada y te lo digo todo ;)
    me gusta saber que comparto mis viajes con alguien cuya forma de pensar y mirar sintoniza con la mía. allá vamos pequeño! a comernos el mundo! y a aprender, desaprender, sentir, disfrutar, conocer, pensar y sobre todo VIVIR!!!! :)

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  2. Me has dejado sin palabras,a disfrutar de la aventura.Tienes toda la razón y nos pasa a muchos,yo cada día me siento más fuera de este mundo y este sistema que han creado en el que nos obligan a vivir.Musu handi bat eta ondo ibili(en memoria de tus meses en Bilbo)jajaja.

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